martes, 27 de agosto de 2013

En Busca de Respeto, vendiendo crack en Harlem


El antropólogo Philippe Bourgois se muda a Harlem, NY – el barrio más pobre de la ciudad más rica de Estados Unidos- con la idea de indagar en la economía de supervivencia de los inmigrantes puertorriqueños de segunda generación. Estando allí conoce el crack y su incidencia dominante en la economía ilegal: temas que se convirtieron en el eje central de su trabajo.

Mientras investigaba la búsqueda de dinero, y del respeto, en la venta de drogas registró cantidad de historias personales que conforman la parte del libro sobre las relaciones familiares, entre hombres y mujeres, con los hijos y la paternidad, que completan el marco de comprensión del problema de su investigación.

Bourgois parte de una idea general examinando cada vez más en lo particular e íntimo de las trayectorias y los sentimientos de los protagonistas, siguiendo el hilo de sucesos que hacen que sean lo que son. Trata de comprender los motivos personales sin perderse en lo psicológico particular y sin dejar de buscar las razones estructurales: la segregación étnica y racial en la que viven los habitantes de El Barrio que el autor llama “el apartheid estadounidense”, la desindustrialización, las barreras del capital simbólico y cultural frente a los empleos legales y los diferentes programas de servicios del estado, las políticas de mano dura de la llamada “guerra contra las drogas” aplicadas particularmente contra pobres e inmigrantes, el deseo de cumplir el sueño americano de enriquecimiento y grandeza; todo esto inmerso en altos niveles de violencia conforma el complejo escenario en donde Bourgois realiza su trabajo de campo.


Quiere estudiar la economía política de la cultura callejera indagando en la experiencia de discriminación racial y pobreza persistente de los habitantes de El Barrio y explicar cómo hay fuerzas mayores relacionadas con la historia, la discriminación, la clase, las políticas públicas y la economía que estructuran la pobreza y activan las experiencias íntimas de las personas que viven en ella.


Reconstruye el contenido de ésta cultura callejera, que con mucha dificultad, redefine el sentido de dignidad del jíbaro puertorriqueño fundado en el respeto, cayendo en un modo de resistencia autodestructiva que sólo los perjudica a ellos mismos y a sus entornos directos.
Estudia las experiencias individuales de quienes viven descontextualizadamente en la búsqueda cotidiana de respeto y dignidad, desde las primeras experiencias confusas de escolarización, la violenta socialización temprana en la juventud, el ingreso a la cultura callejera, la participación de las pandillas, los traumáticos intentos de conseguir y mantener un trabajo legal, la iniciación sexual y los modelos de paternidad y maternidad, las relaciones sentimentales y familiares, y el aprendizaje de trucos para acceder a los planes de asistencia social y sortear la compleja burocracia estatal.
Bourgois interpela a la teoría de la cultura de la pobreza incorporando los aspectos estructurales que condicionan la vida de las personas. El sentido común estadounidense hace de barrera repelente para los habitantes de El Barrio que quieren participar de la economía legal, es mucho más simple ser vendedor de drogas que someter la autoestima a la mirada siempre negativa de los “blancos” en los empleos del área de servicios de la ciudad. Cada detalle de su comportamiento es malinterpretada por los otros, se convierte en un territorio lleno de trampas impredecibles. Por el contrario, la venta de drogas organizada con el manejo de sus códigos y las habilidades personales que ésta demanda, se convierte en la única fuente de empleo accesible para que ésta gente reproduzca el modelo norteamericano basado en el esfuerzo individual y la acumulación de dinero.
A pesar de eso, la intención de integrarse en el mundo legal nunca se abandona, aunque cíclicamente el deseo de ser respetados y dignos, conduce a éstas personas a la venta -y consumo fatal – de crack.
Bourgois tiene que aprender a convivir con su propia condición de “blanquito”, desventaja que logra superar cuando los vecinos se acostumbran a él, cuenta con frustración cómo sus potenciales informantes huían cuando lo veían venir por la calle, se escondían porque creían que él era policía, y la policía lo perseguía porque creía que era drogadicto; incluso cuando tiene la iniciativa de llevar de paseo a unos niños al museo, o cuando les da papeles y crayones para que dibujen, lo toman como un pervertido.
De entrada cometió un grave error poniendo en evidencia y ridiculizando al dueño de las casas de crack – Ray – cuando tomando cerveza rodeado de un grupo de jóvenes le mostró un diario donde él aparecía como “antropólogo especialista en East Harlem”, los jóvenes pidieron a su jefe que lo lea y Ray, presionado, lo intentó demostrando que casi no sabía hacerlo y los jóvenes se rieron de él; tras semejante humillación Bourgois tuvo que esconderse varias semanas por miedo a sufrir represalias.
Hay dos cuestiones que el autor reconoce no haber podido naturalizar hasta el punto de cuestionarse su trabajo: las violaciones a las mujeres y la violencia contra los niños. Conoce sobre estas formas de violencia cuando indaga en la niñez y juventud y los procesos de socialización temprana de los adolescentes en la cultura callejera. El autor reconoce lo mucho que le costó suspender su juicio moral cuando uno de sus informantes le relató cómo de jóvenes agredían a los niños de Educación Especial porque “no les caían bien”, hace poco tiempo se había enterado que su hijo de once meses sufría parálisis cerebral. Tras los relatos de las violaciones colectivas a niñas y jovencitas como práctica de iniciación sexual Bourgois dice “yo vivía con el enemigo; había convertido al monstruo en mi ambiente social. Me había sumergido en el sentido común de la cultura callejera hasta que los relatos de violaciones me obligaron a trazar la raya” (Bourgois 2010[1995]: 223-224).
En el transcurso de su trabajo va encontrando lo que busca, su primera y acertada decisión fue mudarse con su familia a vivir a El Barrio, casarse allí, tener a su hijo y vivir con él allí convirtiéndose en un vecino más.

Hace un trabajo personal interior muy fuerte para desnaturalizar sus condenas morales y naturalizar la violencia cotidiana. Se adapta al medio y a la vida de sus informantes, trabaja en el Salón de Juegos, en la calle sobre el capot de un auto durante las noches, a veces hasta la madrugada. Frecuentemente anota entre comillas “se escuchan tiros” como para contextualizar el momento en el que está entrevistando. Se dan largas conversaciones de las que participan sus informantes principales y otros jóvenes, al tiempo que consumen drogas o toman alcohol y mantienen una jerga callejera e informal, el autor interviene en las conversaciones, opina, critica, contradice a sus informantes y hasta se enoja con ellos.

Tuvo que buscar la forma de relacionarse con las mujeres sin que éstas relaciones sean problemáticas para ellas, ni generen sospechas de promiscuidad, infidelidad o amenacen la autoridad masculina. Solo con una mujer -Candy- logró tener conversaciones profundas que lo ayudaron a entender más acerca de los roles sexuales, luego de dos años pudo grabar su historia personal cuidando de estar siempre en lugares públicos y frente a otros.

Bourgois concluye que para detener esta cruel y absurda autodestrucción se debe hacer frente a las raíces estructurales, ideológicas y culturales de la marginación social, revisando profundamente y redefiniendo los modelos socioeconómicos y de los valores humanos.




BOURGOIS, Philippe. 2010 (1995). En Busca de Respeto, vendiendo crack en Harlem. Buenos Aires: Siglo XXI editores.



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