miércoles, 11 de mayo de 2011

Cioran: canto a la desesperanza


Héctor Tajonar


Emil Michel Cioran (1911-1995) transmite con vigor inquebrantable su lúcida desilusión frente a la política y su devastadora ironía ante la futilidad de la vida. La lectura de su obra no deja el menor resquicio para la complacencia ante los delirios religiosos e ideológicos que condujeron a los grandes horrores y desengaños del siglo XX. En sus ensayos y aforismos encontramos la más contundente refutación de las utopías de la historia basadas en la ficción de una humanidad idealizada.

Nacido en el poblado de Rasinari, en Rumania, vivió una infancia feliz hasta que su familia tuvo que mudarse a la ciudad, privándolo de sus paseos por los bosques de los montes Cárpatos, su añorado e inolvidable paraíso terrenal. En la adolescencia empezó a padecer prolongados insomnios, así como el profundo vacío y tedio existencial conocido como ennui, dos huellas indelebles en su vida y su obra. La lectura temprana de Nietzsche y Schopenhauer ocasionó una difícil convivencia con su padre, un sacerdote ortodoxo; así como una relación ambigua con la religión, que se mantuvo hasta el final de su vida. “Yo no creo en Dios y no por eso dejo de ser religioso. Mi actitud en relación a la religión permanece la misma hoy, una mezcla de tentaciones contradictorias” (Entretiens, 1990).

A finales de los 30 decide viajar a París, invadido de un desdén hacia la pequeñez de Rumania frente a grandes naciones como Francia o Alemania, idea que había expresado en Transfiguración de Rumania (1937), del cual Laberinto publica un fragmento acerca de su visión de la política: el terreno de la sangre y la rapacidad, la mezquindad y la megalomanía, el cinismo de la fuerza y la ausencia de remordimiento. Es en ese domino donde mejor se refleja la realidad del mundo, afirma Cioran. Años más tarde abandona también su idioma para convertirse en una de los grandes prosistas de la lengua francesa —“se habita una lengua, más que un país”, diría después. En 1949, después de haber traducido a Mallarmé al rumano, publica su primer libro en francés, Breviario de podredumbre.

Hombre del siglo XX, Cioran fue más allá del nihilismo de Nietzsche y el pesimismo de Schopenhauer; en su pensamiento ya no hay lugar para el superhombre, ni mucho menos para discurrir acerca de la Eudemonología, sabiduría de la vida o el arte de vivir, al que el autor de El mundo como voluntad y representación dedicó un libro de aforismos emparentado con la obra de Baltasar Gracián. Por el contrario, Cioran está convencido de que el hombre es un ser caído, todo intento por construir un mundo mejor es vano, la civilización occidental está exhausta y próxima a desaparecer: “el mejor antídoto contra la utopía es la historia”, ya no debe haber engaño. La democracia de masas ha tomado el lugar de las utopías y, al igual que Canetti, Cioran muestra un gran escepticismo frente a las masas.

“Sin utopía —escribe Cioran— la gente será inducida al suicidio; pero gracias a la utopía comete homicidios”. No obstante, la sed de absoluto sigue presente: “Al divinizar la historia para desacreditar a Dios, el marxismo sólo ha conseguido volver a Dios más extraño y más obsesionante. Todo se puede sofocar en el hombre, salvo la necesidad de absoluto que sobrevivirá a la destrucción de los templos, e incluso a la desaparición de la religión sobre la tierra”. (Historia y utopía) He ahí un ejemplo de las dudas de Cioran ante su propio pensamiento, se le ha llamado “místico sin fe”. El autor de El inconveniente de haber nacido no es un pensador que impone su sola verdad, su obra es una invitación a “aprender a pensar contra nuestras dudas y contra nuestras certezas” y, en esa tentación de existir: “Consentir en lo indemostrable, en la idea de que algo existe… La nada era sin duda más cómoda. ¡Qué molesto es disolverse en el Ser!” (La tentación de existir).

Diógenes contemporáneo, Cioran es considerado el rey del pesimismo, pero también de la paradoja y el humor. En su canto a la desesperanza sí parece haber un elemento de gozo: la música, a la que llama “una mentira más verdadera que el mundo”. El mundo de Cioran podrá no tener sentido, pero es contradictorio y está lleno de sorpresas. Su madre, alguna vez le dijo que hubiese preferido abortarlo, pero al mismo tiempo le contagió su pasión por Bach: “Sin Bach, la teología carecería de objeto, la Creación sería ficticia, la nada perentoria. Si alguien debe todo a Bach es sin duda Dios” (Silogismos de la amargura). Por algo Cioran no se suicidó.

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