
HABÍA UNA VEZ UN DRAGÓN que se separó de sus padres al nacer y se perdió. Fue criado entre animales de granja, aprendió a comer pasto y a caminar por el campo como las bestias domésticas.
Un día, un dragón más viejo volaba sobre el campo exhalando fuego y dispersando a su paso a todos los animales. El joven dragón que estaba en tierra quedó fascinado y paralizado de admiración. El dragón viejo vio entonces a su primo y se precipitó en vuelo, lo atrapó entre sus inmensas mandíbulas y remontó vuelo nuevamente.
Cuando estaban tan elevados que las casas parecían de juguete, el dragón anciano abrió la boca y soltó al joven, que cayó a tierra gritando. Sin embargo, justo antes de que diera en tierra, el anciano descendió y volvió a tomarlo entre sus mandíbulas emprendiendo vuelo hacia lo alto del cielo. Y desde allí, nuevamente lo dejó caer.
Esta horrible ceremonia se repitió varias veces antes de que el joven, furioso y atemorizado, extendiera sus alas y con un rugido de fuego se elevara en vuelo por sí mismo, transformándose, por primera vez en su vida, en su ser real.
El primer contacto de este dragón joven con su verdadera naturaleza es semejante a lo que muchas historias orientales llaman "el rugido del despertar".
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