jueves, 18 de febrero de 2010

La mágica mutación de la crisálida a mariposa





Una selección de la colección Lepidoptera Research Foundation en diálogo con obras de artistas argentinos.

Por: Marina Oybin

Pobre mariposa, que se presenta por estos días en la Fundación Alon, propone unir arte y ciencia en torno al inquieto insecto. Ya al entrar en la sala, uno se topa con una colección de mariposas reales (atención: no confundir sus colores con ciertas pinturas rutilantes). Pertenecen a Lepidoptera Research Foundation, que desde 1962 se dedica a la investigación de mariposas, y cuyo presidente, Rudolph Mattori, dio un seminario sobre biodiversidad, invitado por Micaela Patania, curadora de la muestra. Hay desde polillas vietnamitas hasta impensadas mariposas de Magadascar con alas emplumadas negras y doradas.

Cautiva una escultura de León Ferrari. La columna de mariposas con sus emblemáticos avioncitos de guerra es bella, poética, potente. Al verla es posible percibir el placer del artista en la selección de cientos de mariposas de distintos materiales. Y da ganas de experimentar. La de León es una vuelta de tuerca que escapa a la mirada decorativa de las obras de Nora Correas, Silvana Blasbalg, Matilde Marin y Andrea Racciatti. Hay también fotografías de Fabiana Barreda y trabajos de Silvia Rivas.

"Aunque mirarlas resulte maravilloso, la transformación de larva en crisálida o de crisálida en mariposa no es un proceso particularmente agradable para el sujeto involucrado", escribió Vladimir Nabokov. Padre de Lolita y entomólogo apasionado, vivió pendiente de los multicolores insectos: descubrió una nueva especie, publicó artículos en revistas especializadas, y sus colecciones están en la Universidad de Harvard y en la de Cornell.

Seguimos recorriendo. Están la gran mariposa pop de madera policromada de Edgardo Giménez y una serie de dibujos y acuarelas de Luis Benedit –de los años en que creó su maravilloso
Fitotrón, un hábitat artificial con plantas que crecen sin tierra ni luz solar, y que puede verse en el MALBA. Aquí, el Benedit arquitecto pone el foco en un prototipo de mariposa artificial. Traza en escala el insecto con alas articuladas y, como en un juego, analiza su potencial vuelo.

Nabokov observa. Explica que el gusano es invadido por una extraña y horrible sensación: picazón insoportable por todas partes, hormigueo, ansiedad. ¿Qué más? Es el momento: debe cambiar esa piel dura y seca o morir. "Como habrán adivinado –dice–, debajo de esa piel, ya está formándose la armadura de una crisálida –y qué incómodo resulta llevar la piel sobre la propia armadura".

Me detengo en tres estremecedoras fotografías del uruguayo Rimer Cardillo (tomadas en 1974). Son suplicios para cuerpos leves. Pequeños patíbulos improvisados para estos insectos que parecen desquebrajarse ante el menor roce. Pero no. Las excelentes imágenes lo desmienten.

Ya viene el final. La crisálida se rompe. Nabokov ausculta, conjetura. Y no puede más que preguntarse qué se siente en el momento de eclosión. Cuenta que una oleada de pánico llega a la cabeza, una especie de temblor intenso y extraño, "pero luego los ojos ven, bajo el caudal de luz del sol, la mariposa ve el mundo, ve el rostro enorme y horrible del entomólogo jadeante. Pasemos ahora a la transformación de Jekyll en Hyde"...

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