La pintada popular en ese barrio de Rosario que ilustra esta columna define, a mi entender como ninguna, el espíritu del fatídico diciembre del año 2001.
Una sociedad dividida por el odio, con un “que se vayan todos” hipócrita que con el pasar de los meses se diluyó al punto de fortalecer a los “mismos todos de siempre”. A esos que la opinión pública y la publicada apuntaban sin tregua. A esos que avalaron en silencio las órdenes de represión y hoy se sientan a discutir esa pretérita Argentina con presunta ajenidad que desconcierta.
Los “salvadores” de esa patria hoy vuelven a aparecer, desde su discurso y actos, atacando al gobierno de turno. Y no es precisamente una defensa del gobierno de De la Rúa quien hizo los méritos suficientes para obtener el descrédito de sus votantes o del país todo que reclamaban desde hace tiempo un cambio de rumbo que nunca llegó. Pero la “represión” desatada ese 19 y 20 de diciembre en forma alguna siquiera rozó un hombro de la hipócrita dirigencia de “ese-este” país. Muy por el contrario desplegó, contra militantes y ciudadanos comunes que activa o pasivamente ocupaban el centro porteño o diversas ciudades del interior, una salvaje masacre que trajo como resultado 33 muertos cifra que con el paso del tiempo y las heridas llegó a 37.
Lo peor de la policía había vuelto a deambular a sus anchas por las calles de nuestra patria, sintiendo seguramente un placentero “deja vú” al revolear palos, balas y patadas. Y ya no cabía la separación entre policía federal y provincial. Los estaba uniendo el espanto parafraseando a Borges.
La imagen de Pocho Lepratti como el “Ángel de la bicicleta” (tal cual lo inmortalizara el querido León) vuelve sobre mi memoria permanentemente como emblema de una fuerza de seguridad que se resiste a los gobiernos de Derecho o bien, a ciertos límites que la ley impone en garantía de todos. Porque convengamos estimado lector que la mala imagen que las fuerzas de seguridad policiales tienen en nuestro país es todo mérito propio. Vale decir que no pueden o no quieren terminar de purgar al “mal elemento”, al delincuente que trabaja uniformado y se vale de esa circunstancia para procurar impunidad.
Escuchar a los Ruckauf, Duhalde, Solá y demás hablar hoy de seguridad, tratándole de explicar al Gobernador actual como se maneja la policía bonaerense causaría risa si el problema no denotara la gravedad que posee.
Los de siempre. Los que resisten y tiemblan en solo pensar que nuevas generaciones dirigenciales desprecian esas formas de hacer política. Pero ese tiempo ya llega y no será por las armas que se irán a sus “exilios voluntarios” como lo han hecho otros infames de nuestra historia. Disfrutarán de cómodas mansiones o tristes calabozos según la suerte que esa moneda, seguramente marcada, determinará.
Hoy la Justicia Federal analiza, parcialmente, las responsabilidades políticas de esas jornadas que enlutaron al país y en días más avanzará sobre resoluciones trascendentales al respecto.
Por las víctimas de ese 2001, por todos los que pensamos que la violencia del Estado es evitable y que la política no debiera ser sinónimo de dinero sino de servicio público como lo creía Pocho.
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